jueves, 10 de septiembre de 2015

Europa: un éxodo moderno.

Sé que esta no se trata de una entrada relacionada puramente con la psicología o la criminología. Entiendo que tú, observador avezado, puedas plantearte que quizá esta entrada camina por límites más allá de los establecidos por este blog desde su nacimiento. Y en realidad, puede que tengas toda la razón. De hecho, tenía pensado subir una reseña sobre un libro, ni siquiera pensaba escribir nada sobre esto (porque creo que ya está todo dicho). Pero hoy, tras ver nuevamente las noticias, no he podido resistirlo. Porque creo, sinceramente, en la importancia de este tipo de reflexiones.

"...porque creo que ya está todo dicho".


Estamos sometidos a un constante bombardeo informativo sobre lo que está ocurriendo en Europa del este estas últimas semanas (también lo estábamos de lo que ocurría un poco más allá desde hace más tiempo, pero eso... bueno, nos tocaba más lejos, ¿no?). El drama del gigantesco éxodo que están sufriendo los habitantes de Siria y sus países vecinos, huyendo de la guerra y la abominable situación que allí se está viviendo (tanto por gobiernos autoritarios como por la creciente amenaza del Estado Islámico, una criatura que no cesa de crecer), parece haber copado de golpe y porrazo la actualidad de los medios de comunicación. Como si de una sorpresa para todos se tratase. Pero sé realista... ¿Lo es para ti?

Lo que realmente me resulta a mí una sorpresa es que se haya tardado tanto en darle la importancia que merece a un asunto de extrema gravedad como es este. Aunque a decir verdad, tampoco sé muy bien de qué me asombro. Al fin y al cabo, Europa (Occidente, para ser más justos) vive en su eterna burbuja de seguridad hasta que algún “extremista islámico” nos recuerda que somos parte de algo más grande, ya sea poniendo una bomba en unos trenes, en un autobús, o masacrando a los trabajadores de una revista. Esos hechos, que parecen despertarnos temporalmente lo justo para poder ser conscientes de la realidad, actúan como un ruido durante el sueño: abrimos levemente los ojos, observamos a nuestro alrededor que todo sigue bien, y luego continuamos con nuestro letargo. Pero... ¿qué pasa cuándo el ruido es sostenido, y nos impide retomar el descanso? Pues precisamente, eso es lo que está ocurriendo con el flujo de inmigrantes que, mientras tú lees y yo escribo, desbordan las fronteras de Hungría y Grecia.

"Un éxodo moderno".


Estoy seguro de que entiendes perfectamente de lo que hablo. ¿Es que acaso no has visto en Facebook la foto de esa pobre criatura ahogada en la orilla de una playa? ¿Has sido consciente de la indignación que ha levantado? Como si realmente eso fuera un acto aislado, un evento puntual. Como si al día no estuviesen muriendo decenas de refugiados. Como si cientos de niños no hubieran fallecido ya, víctimas del mar, del hambre, o de los cócteles molotov de bienvenida.

Y ahora, todo ha explotado.

Ya no hay sueño posible. No hay descanso al que regresar (aunque no tardaremos en buscar otra habitación desde la que no escuchemos el ruido, porque así es el ser humano). Ahora, todo el mundo está hinchando el pecho, gritando al aire: “NO ES JUSTO”. Aunque no todos quieran decir lo mismo al aludir a la justicia.

Aprovecho, en líneas de este último planteamiento, para dejar un vídeo que encontré esta mañana sobre el tema. A buen entendedor, pocas palabras bastan.



Personalmente, mi sensación al escribir estas líneas es algo similar a la que sentí en enero, al escribir la entrada sobre la masacre de Charlie Hebdo. Una mezcla de gran lástima, rabia, impotencia, pero también de autocrítica. Al fin y al cabo, tú y yo también de somos responsables de todo este problema, por más que apuntemos hacia arriba. Somos cómplices de esta terrible huída, este éxodo moderno en el cual las aguas no se abren y los egipcios esperan a ambos lados del mar. Donde luego aguardan cuarenta largos años del desierto que es la exclusión social en Europa.

¿Pero por qué? ¿Por qué entro a un blog para leer cómo me apuntas como cómplice necesario de un delito que yo no he cometido? ¿No es acaso culpa de los que mandan, no son ellos los que han provocado todo esto? ¿Qué me retiene aquí, por qué debería aceptar aquello de lo que me acusas?

Porque atribuir la responsabilidad en una sola dirección es, irónicamente, irresponsable.

Esto es lo que nos dice la psicología sobre la atribución de errores: muy pocas veces están tan solo en una de las partes. No creo que todo se base en apuntar con el dedo a uno u otro, esperando con ello entender el problema en términos de una simple suma. Los problemas son complejas ecuaciones, en los cuales es muy complejo que tan solo una parte aporte las incógnitas. Eso es innegable. Y el que intente contradecirlo, es un necio, o un hombre con suerte.

Pero... ¿En qué hemos contribuido nosotros? ¿Cuál puede ser nuestra parte de culpa en todo este conflicto?

-Hemos financiado a gobiernos autoritarios.

-Hemos apoyado (y participado en) guerras de castigo contra ellos.

-Hemos saqueado, destruido y dividido sus territorios.

-Hemos complicado su integración entre nosotros.

-En definitiva, hemos mirado para otro lado.

Y ahora, todos clamamos al cielo cuando vemos a un pobre niño ahogado en nuestras costas. La hipocresía europea, supongo.

La hipocresía europea, supongo.


Son refugiados, querido lector. Están huyendo de su país, de su ciudad, de su hogar. Están dejando atrás todo lo que tienen, en muchos casos incluso a parte o a toda su familia, para buscar un refugio. Están atravesando muerte, penurias y pérdida, porque en su tierra ya solo les queda eso. Y nosotros lo vemos desde la comodidad de nuestras casas, todavía adormilados tras un largo descanso. ¿Cuál es el problema añadido? Que no se trata solo de los refugiados sirios. Porque al menos en España, ese gobierno que acaba de reforzar la seguridad de la valla de Melilla y de aprobar las devoluciones en caliente, ahora se llena la boca planteando soportar cualquier cuota de refugiados. No, amigo mío, se trata de una huída masiva de todos aquellos países con los que Occidente ha jugado una larga partida de ajedrez, una huída hacia la vida, hacia la esperanza. Y ahora pregúntate, ¿Qué podemos hacer nosotros?

Pues bien; si quieres ayudar, no es necesario que cojas tus cosas y te vayas de voluntario a Europa del Este. No es mi objetivo, en absoluto, con esta entrada. Si tuviera que calificar mi reflexión de algún modo, sería de monólogo socrático. Lo único que pretendo es que pienses, que medites sobre el tema. Porque muchos de nosotros alguna vez habremos visto a un “moro” por la calle, y más de uno habrá cambiado de acera. O discutido sobre que deberían irse, porque se dedican a robar. No voy a negar que más de uno haya elegido esa vida, eso sería absurdo. Pero hay que pensar que muchas de esas personas probablemente hayan venido huyendo de algo terrible, algo que nosotros solo podemos entender a través de la televisión a duras penas. Una cultura diferente, unas ideas diferentes, una lengua y unas tradiciones diferentes, que desaparecen de golpe. Ese es el precio que muchos de ellos tienen que pagar para venir a Europa, para huir hacia delante. Trata de apoyar su integración. Para ello, cientos de profesionales trabajan a menudo, trabajadores sociales, educadores, profesores, etc. Apoya su labor con un cambio de perspectiva. Porque en realidad, el cambio de paradigma, la educación de una sociedad que ha vivido cegada, es el primer paso en un largo camino hacia la salvación de estas pobres almas, perdidas en la inmensidad de una tierra que no les quiere ni les entiende.


El gran problema que existe con los refugiados habla en realidad de miedo, de integración, y de racismo soterrado. Y ahora, tanto los de arriba como los de abajo nos enfrentamos a las consecuencias de una larga inconsciencia, un sueño del que hemos despertado para toparnos con la pesadilla de la realidad. Pero no lo olvides: son ellos los actores de esa pesadilla. De ti y de mi depende empezar un cambio, antes de que sea demasiado tarde. 

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