viernes, 17 de octubre de 2014

El hombre del saco: realidad tras la ficción.

“Recuerda: si un extraño te ofrece un caramelo, no lo cojas”.

Quizá te suene ese comentario. Personalmente a mí me es totalmente familiar: mi madre solía decírmelo cuando era pequeño. Y eso, dicho en boca de una persona que vivió su infancia en los 90, hace que sea todavía más sorprendente que historias como esta se hayan mantenido en la mente colectiva de la sociedad española durante tanto, tanto tiempo.

Cuando pensamos en las advertencias que recibimos, en los miedos e inseguridades que atenazan a las personas, muchas veces olvidamos que están arraigadas en lo más profundo de la mente. Miedos como el pánico a los animales venenosos o a la oscuridad pueden ser explicados perfectamente desde un punto de vista antropológico si nos remitimos a una época muy anterior. Si hablamos del miedo a animales como serpientes o arañas, debemos recordar que cuando vivíamos en cuevas, en suelo desnudo, cualquier picadura de animal podía ser fatal. Y en cuanto al miedo a la oscuridad, puede explicarse de manera razonable si recordamos que nuestra especie comenzó a utilizar el fuego por las noches para iluminar, calentar y cocinar, lo que propició que nuestros ojos fueran acostumbrándose cada vez menos a la oscuridad, lo cual nos hacía vulnerables en la oscuridad de la noche sin fuego frente a otros depredadores.

Cuando se habla del hombre del saco, quizá no sepas que
Francisco Leona fue acusado de serlo.


Pero, y volviendo ya al tema que nos ocupa… ¿Es que acaso hay algo de verdad en esta afirmación que tanto escuchamos tiempo atrás? Me preguntaréis. Efectivamente, tus padres no estaban paranoicos ni veían amenazas donde no las había. Se limitaban a transmitir lo que ellos aprendieron una vez de sus padres. Y esto es así porque, aunque pueden parecer cuentos para asustar a los niños, las historias de los hombres del saco tienen una base histórica totalmente verídica, fuertemente relacionada con la historia negra del crimen en España.

En una época anterior a ciertos descubrimientos científicos que hoy consideramos habituales en la vida cotidiana (como pueden ser por ejemplo las transfusiones de sangre o los antibióticos), los curanderos, con sus remedios caseros para las enfermedades (a veces más efectivos, a veces menos), eran bastante más comunes que actualmente, amparados por el desconocimiento científico que ya hemos nombrado de la época. Por otro lado, ya en la época eran reconocidas enfermedades como la anemia o la tuberculosis, enfermedades incurables que provocaban en muchos casos la debilidad asociada a una sangre más “débil” de lo habitual.

Y claro… en una época sin vitaminas, sin inyecciones ni transfusiones, y además con una alta creencia en cualquier remedio casero que pudiera provocarles una mejoría… no se tardó mucho en llegar hasta una idea inquietante: el consumo de sangre de otra persona podía mejorar enormemente la salud de una persona enferma. .
                                                            
Pero, querido lector, te preguntarás ahora…¿Cómo se podía conseguir sangre de otra persona en esta época? Hasta el momento, la gente había acudido a los mataderos para poder conseguir la sangre de los animales. Pues bien, también se hablaba de que en ciertos casos de ajusticiamiento se intenta conseguir la sangre del reo para preparar este tipo de pociones, o para su ingesta directa. Pero la historia que a nosotros nos concierne es algo más oscura, y es la que da origen al mito del hombre del saco en España. Cuando la desesperación de las personas por encontrar remedios para sus enfermedades era alto, evidentemente no tardaban en surgir ciertos individuos oportunistas para sacar provecho de ese problema. Y fue así como nacieron los llamados “sacamantecas”.

Se trataba de individuos dedicados a conseguir esa “sangre” tan deseada por los enfermos. Así, en muchas ocasiones elegían a su víctima (normalmente niños, ya que se creía que su sangre, al ser más joven, también era más fuerte) y la acechaban hasta que la encontraban sola y desprotegida, quizá lejos de sus padres. Era en ese momento cuando aprovechaban para atraerla con argucias tales como podía ser el ofrecer caramelos, y aprovechaban para raptarlas y llevarlas a un lugar seguro, muchas veces metidas en sacos. Una vez a solas, colgaban a la víctima, le realizaban cortes y dejaban que la sangre manara cayendo en un recipiente, mientras la víctima se desangraba irremediablemente. En muchas ocasiones, los sacamantecas también extraían la grasa corporal de las víctimas (de ahí su nombre, sacamantecas) para que los curanderos que los contrataban pudieran realizar sus ungüentos.

Aquí tienes una imagen de una histórica figura relacionada
con el "vampirismo" en España, Enriqueta Martí.


Y es por esto que los padres comenzaron a alertar a sus hijos sobre la proximidad de ciertos individuos que podrían ser una amenaza para ellos. Con el paso del tiempo, estas advertencias dieron origen a la leyenda del hombre del saco o sacamantecas. Es evidente que ahora la ciencia ha avanzado mucho, y que estas prácticas cayeron en desuso hace mucho tiempo. Lo importante, sin embargo, es que ahora puedas ver con una perspectiva basada en la criminología cómo las recomendaciones que tus padres te daban de niño se fundamentaban en un miedo real, aunque de otra época de nuestra historia. Al fin y al cabo, como se dice en la Psicología, toda conducta tiene un estímulo que la elicita. ¿Por qué las historias creadas como advertencia iban a ser contadas si no tuvieran un fundamento real?






Si deseas seguir investigando sobre el tema, hay un par de libros que he encontrado que tratan bastante bien el tema de los sacamantecas, uno centrado en España y el otro centrado en Sudamérica:


  • Kharisiris en acción: cuerpo, persona y modelos médicos en el Altiplano de Bolivia, por Gerardo Fernández Juárez.

  • Vampirismo ibérico: bebedores de sangre, sacamantecas y curanderos, de Salvador García Jiménez.

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